En una sociedad cada vez más narcisista y egocéntrica, las relaciones líquidas amenazan con convertirse en el nuevo estándar, un estándar de vínculos frágiles que refuerza la tendencia a huir cuando las cosas van mal. En ese entorno, la responsabilidad emocional es rara. Sin embargo, si queremos establecer relaciones maduras, satisfactorias y satisfactorias, debemos desarrollar la responsabilidad emocional.
¿Qué es la responsabilidad emocional?
La responsabilidad afectiva es la plena conciencia del impacto que nuestras palabras y acciones tienen en los demás. Implica ser consciente de que nuestros comportamientos tienen consecuencias sobre las emociones de los demás, ya sean positivas o negativas.
Por tanto, este concepto nos lleva a concebir las relaciones que establecemos como espacios en los que cada uno es influenciado por las acciones y decisiones del otro. Esto nos lleva a un modelo de relación más respetuoso y empático con lo que los demás puedan sentir, en lugar de ignorar cómo afectamos a quienes nos rodean.
El concepto de responsabilidad emocional no implica adaptarse a los demás o anteponer constantemente sus necesidades a las nuestras, sino esforzarse por construir relaciones más equitativas, respetuosas y transparentes, partiendo de la conciencia de que todos tenemos la capacidad de generar emociones en los demás, también. como otros, pueden generar emociones en nosotros.
Esta conciencia es la que nos permite comunicarnos asertivamente, respetando al otro, y desarrollar la madurez necesaria para asumir nuestras responsabilidades y corregir nuestros errores.
La gran diferencia entre responsabilidad emocional y proyección psicológica
La responsabilidad afectiva es la antítesis de la proyección psicológica. Cuando proyectamos pensamos en términos de "tú eres responsable de cómo me siento" o "yo soy responsable de cómo te sientes". En consecuencia, esto genera sentimientos de culpa, apego poco saludable, dependencia emocional y conductas controladoras.
La proyección psicológica es un arma de doble filo. Podemos usarlo para culparnos a nosotros mismos por las emociones de los demás o para culpar a otros por cómo nos sentimos.
Cuando pensamos en términos de proyección psicológica, tendemos a asumir la responsabilidad de cómo se sienten los demás, hasta el punto en que pensamos que nuestra misión es hacerlos felices y aliviar su dolor. Por otro lado, cuando pensamos en términos de responsabilidad emocional, nos preocupamos por la felicidad del otro y tratamos de aliviar al máximo su sufrimiento, pero somos conscientes de que ese peso no recae completamente sobre nuestros hombros.
También podemos cometer el error de proyectar nuestros sentimientos en los demás, haciéndolos responsables de nuestras emociones. Así que acabamos poniendo sobre sus hombros la responsabilidad de hacernos felices y les echamos la culpa de nuestras desgracias. Por otro lado, si somos emocionalmente responsables, entendemos la influencia que los demás tienen sobre nosotros, pero nos damos cuenta de que tenemos el poder de cambiar esos sentimientos. Así que eliminemos la culpa de la ecuación.
No podemos controlar las circunstancias, pero podemos controlar nuestras emociones.
El filósofo Aaron Ben-Zeev explicó que muchas veces la naturaleza espontánea de las emociones nos hace creer que no somos responsables de ellas. Pero la verdad es que tenemos poder sobre nuestras reacciones emocionales y podemos usarlo para mejorar nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos.
Las emociones negativas son inevitables, pero podemos saber cuándo las experimentamos y observar cómo afectan a las personas con las que interactuamos. No ser consciente del daño que causamos no lo borra. También podemos comprender cómo los demás afectan nuestros estados emocionales.
Esto implica aceptar vivir determinadas situaciones que pueden generar emociones desagradables, por lo que en lugar de dedicarnos a encontrarnos culpables o quejarnos, necesitamos proyectarnos hacia el futuro y preguntarnos qué podemos hacer para cambiar la situación. ¿Cómo podemos responder de manera más asertiva? ¿Qué podemos hacer para mitigar el daño? Se trata de desarrollar un enfoque proactivo.
En última instancia, tenemos el poder de decidir qué responsabilidades queremos asumir. Debemos evitar las ideas de "no es mi problema" cuando realmente podemos ayudar y la mentalidad de "absolutamente tengo que hacer algo" cuando no podemos ayudar.
La responsabilidad afectiva no se trata solo de una parte
Dado que la responsabilidad emocional implica comprender la influencia de los demás, requiere el compromiso de ambas partes. Ante una situación difícil o conflictiva, es fundamental llegar a acuerdos en los que cada parte asuma sus responsabilidades.
Para ello, es fundamental establecer una comunicación asertiva. Necesitamos poder expresar cómo nos sentimos, qué queremos, qué nos molesta, así como nuestras expectativas e ideas. Hablar con claridad sobre nuestros sentimientos crea lazos emocionales profundos y construye puentes para resolver conflictos.
Esta comunicación asertiva enfocada a la creación de acuerdos debe ser transparente, pero siempre teniendo en cuenta las opiniones y deseos del otro. Necesitamos entender que una relación está formada por más de una persona, lo que puede parecer una obviedad, pero en realidad evitaría muchos conflictos. Debemos recordar que no somos los únicos que vivimos en la tierra y comenzamos a ser más empáticos al ponernos en el lugar del otro.
Por supuesto, la responsabilidad emocional no implica actuar a la perfección, lo cual es imposible. Más bien, se trata de actuar con empatía y respeto, recurriendo al diálogo, reflexionando antes de hablar o actuar y asumir las consecuencias de nuestras reacciones emocionales.
No es una cura milagrosa para el dolor y los conflictos interpersonales. La posibilidad de herir a otros o ser herido siempre está latente. Incluso las tensiones no desaparecerán como por arte de magia.
La responsabilidad afectiva simplemente nos ayuda a dejar de lidiar con los problemas asumiendo la culpa o culpándolo. La responsabilidad surge en lugar de la culpa, de modo que los conflictos se convierten en una oportunidad para acercarnos y comprendernos mejor, desde una posición más sensible.