Los 8 tipos de resistencia al cambio que necesitas conocer

Los 8 tipos de resistencia al cambio que necesitas conocer

Los diferentes tipos de resistencia al cambio son el resultado de nuestra tendencia a ceñirnos a los hábitos y costumbres, a todas aquellas cosas que sabemos y que nos dan confianza. El problema es que "el cambio es lo único inmutable" en nuestra vida, como decía Schopenhauer, y si no lo aceptamos acabaremos desarrollando conductas desadaptativas que podrían hacernos sufrir o llevarnos a tomar malas decisiones.

El origen de los diferentes tipos de resistencias al cambio

Nuestro cerebro, para optimizar sus recursos, tiene tendencia a ahorrar energía. Esto significa que tiende a preferir la estabilidad y lo familiar al caos y el cambio. En situaciones conocidas sabe cómo reaccionar, por lo que simplemente activa las plantillas de respuesta predefinidas. El cambio implica una alteración de ese sistema e implica tener que buscar respuestas alternativas. Entonces lo resistimos.



Esta resistencia, sin embargo, es temporal. Por lo general, terminamos aceptando el cambio y abordando los nuevos desafíos que plantea. Pero no siempre es así. Hay momentos en los que nos quedamos estancados en el pasado, en los viejos patrones, y negamos el cambio. Este comportamiento no es funcional porque negar algo no lo hará desaparecer, pero eventualmente amplificará la frustración, la tristeza y la ansiedad.

Comprender de dónde proviene nuestra resistencia al cambio es fundamental para superarlo y responder de manera más adaptativa e inteligente. Por tanto, podemos encontrar diferentes tipos de resistencias al cambio que probablemente implementaremos en algún momento de nuestra vida:

1. Resistencia al riesgo. Cuando los cambios conllevan un alto nivel de riesgo que no estamos dispuestos a asumir, desarrollamos una fuerte resistencia. Este tipo de cambio nos obliga a salir de nuestra zona de confort, provocando que abandonemos la seguridad, por lo tanto genera una sensación de miedo intenso. Dejar un trabajo estable como asalariado para poner en marcha un autónomo, por ejemplo, puede generar este tipo de resistencias por el riesgo económico.



2. Resistencia por apego. Nos cuesta aceptar los cambios en las interacciones y lazos que hemos establecido. Por tanto, cuando el cambio implica una transformación de la dinámica relacional, puede desencadenar una fuerte resistencia. La posibilidad de que una persona cercana a la que amamos se mude a otro país, por ejemplo, genera fuertes resistencias porque asumimos que los encuentros serán más esporádicos y tememos que el vínculo emocional pueda debilitarse.

3. Resistencia cultural. Este tipo de resistencia al cambio se deriva de nuestras creencias, valores o incluso prejuicios y estereotipos compartidos culturalmente. Nuestra identidad, o al menos parte de ella, también se basa en la visión social que compartimos con un grupo de personas, por lo que si el cambio pone en duda esos valores, expectativas o creencias, desarrollaremos resistencias como medida defensiva para protegerlos. parte de nuestra esencia. Es por eso que se encuentra tal resistencia cuando se intenta erradicar una tradición popular profundamente arraigada.

4. Resistencia por intereses antagónicos. La resistencia al cambio no siempre es un proceso inconsciente, a veces es el resultado de un análisis lógico y sistemático de la situación. Si consideramos que un cambio afecta nuestros intereses, deseos o metas, es normal que reaccionemos resistiéndonos. Una caída de los salarios, por ejemplo, genera una resistencia comprensible porque daña nuestros intereses.

5. Resistencia por malentendidos. Muchas veces, especialmente cuando el cambio nos sorprende, no entendemos lo que está sucediendo. De hecho, la mayoría de los cambios tienen "lagunas" que debemos llenar. Si no logramos llenar estos vacíos porque no le damos sentido al cambio, intentaremos refugiarnos en lo conocido, lo que tiene sentido para nosotros. Este tipo de resistencia al cambio es común cuando una persona es abandonada por su pareja sin que se le ofrezcan explicaciones que le permitan dar sentido a lo sucedido.



6. Resistencia por negación de la realidad. A veces, los cambios tienen consecuencias no deseadas que son difíciles de asumir. Si no contamos con los recursos psicológicos necesarios para hacer frente a estos cambios, podemos poner en marcha mecanismos de defensa desadaptativos, como la negación, que consiste en cerrar los ojos a lo que sucede negando el cambio. Este tipo de resistencia al cambio es común en los padres que se niegan a aceptar que sus hijos han crecido, por lo que continúan protegiéndolos decidiendo por ellos como si aún fueran pequeños.

7. Resistencia por incertidumbre. Casi todos los cambios traen consigo cierto grado de incertidumbre. Si la incertidumbre es demasiado alta y no podemos manejarla, puede generar una fuerte resistencia. Este tipo de resistencias es común en personas con pensamiento más rígido y sin las herramientas psicológicas necesarias para manejar la incertidumbre. Mudarse a otro país sin contrato de trabajo, por ejemplo, es una posibilidad inaceptable para quienes no pueden tolerar la incertidumbre del cambio.

8. Resistencia a la sobrecarga. Incluso las personas más flexibles y abiertas pueden experimentar resistencia al cambio, especialmente a medida que se acumula. Todos tenemos un umbral de tolerancia a la incertidumbre, si experimentamos demasiados cambios en un corto período de tiempo, algunos importantes o vitales, es comprensible que nos sintamos sobrecargados psicológicamente y terminemos resistiendo cualquier otro cambio, por pequeño o positivo que sea para nosotros.

Las 3 reacciones al cambio: lucha, parálisis o adaptación

Aunque la resistencia al cambio puede tener distintos orígenes y explicaciones, nuestro repertorio de respuestas a una transformación que nos afecta directamente es muy limitado: luchamos contra el cambio, nos paralizamos o nos adaptamos.


1. Resistencia activa al cambio

Ante un cambio que no nos gusta, nuestra respuesta de lucha o huida suele estar activada. Podemos combatir activamente estas transformaciones para intentar revertirlas o al menos mitigar su impacto. En ese caso, nuestro objetivo es socavar los cimientos del cambio para intentar deshacerlo.


Pero también podemos adoptar una actitud activa escapando del cambio. Esto implicaría mantener nuestros hábitos, formas de pensar o relaciones en la medida de lo posible en busca de un nuevo escenario que recrea lo que ya conocemos. En la práctica, escapamos del lugar o relación que nos ha generado inseguridad e inestabilidad para buscar otro lugar o relación en la que nos sintamos más cómodos.

2. Resistencia pasiva al cambio

Cuando ocurre la resistencia pasiva, no nos involucramos en el cambio de ninguna manera. Adoptamos una actitud pasiva, guardamos silencio, no expresamos lo que pensamos o sentimos, no actuamos. Esa pasividad es la forma de demostrar nuestro descontento con el cambio y, en cierto sentido, una oculta resistencia a dinamitarlo.

Esta respuesta responde básicamente a una situación de parálisis. Cuando nos enfrentamos a una situación que nos asusta, no siempre hay una respuesta de lucha o huida, a veces nos paralizamos. Es como si quisiéramos escondernos y estar a salvo hasta que el cambio haya pasado.

3. Adaptación al cambio

Los cambios pueden implicar riesgos o incluso representar amenazas reales. Pero en muchas ocasiones no está en nuestras manos revertirlas, por lo que la mejor respuesta es adaptarnos a las circunstancias.

Esta adaptación no significa “sufrir un cambio” sino, en primer lugar, tratar de minimizar su impacto psicológico para que cause menos daño. Y en segundo lugar, trate de encontrar un lado positivo para aprovechar. Después de todo, "cuando ya no podemos cambiar una situación, nos enfrentamos al desafío de cambiarnos a nosotros mismos", dijo Viktor Frankl.

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