Te perdí por miedo a perderte

Te perdí por miedo a perderte

Te perdí por miedo a perderte

Última actualización: 23 marzo, 2017

Muchas veces no es necesario cometer grandes errores para perder o alejarnos de lo que más amamos y deseamos. A veces incluso el miedo a perder lo que queremos o necesitamos nos lleva, sin darnos cuenta, a destruir aquello a lo que aspiramos..

Irónicamente, muchas veces, después de un arduo trabajo para alcanzar una determinada meta o después de ganar una amarga batalla contra una enfermedad o una crisis de pareja, sucumbimos. Y, aunque “Si te escapas, me caso contigo” no es más que una película, esta situación es mucho más frecuente de lo que imaginamos. En los siguientes párrafos hablaremos sobre las razones biológicas y psicológicas de este fenómeno. Finalmente, intentaremos descubrir cómo combatirlo cultivando emociones positivas donde ahora habita el miedo.



¿Qué es el miedo?

El miedo es una de las seis emociones básicas que tenemos; además de él, también hay alegría, tristeza, ira, pena y sorpresa. Estas emociones se denominan "primarias" porque se pueden identificar claramente en todas las culturas estudiadas hasta la fecha y porque nos permiten adaptarnos al medio que nos rodea.

¿Cómo nos ayuda el miedo? Todas las emociones juegan un papel crucial: nos empujan o nos hacen adaptarnos a la espera de un objetivo. Por ejemplo, la alegría nos ayuda a conectarnos con los demás, lo que mejora nuestra adaptabilidad social y, en consecuencia, nuestra salud. El papel del miedo, en cambio, es el de “evitar un mal mayor” o afrontar con valentía lo que nos asusta y lo necesario en nuestra vida cotidiana.

El miedo al fracaso: "¿y si esto es demasiado para mí?"

El miedo surge como resultado de una evaluación negativa o amenazante de una situación. En esencia, el peligro no es necesariamente real. Muchas veces sentimos miedo porque sentimos que la situación excede los recursos que tenemos para enfrentarla o resolverla.



Este fenómeno se denomina “expectativa de autoeficacia”, que es la percepción y evaluación que hacemos de nosotros mismos como poseedores de la capacidad y los recursos personales necesarios para afrontar distintas situaciones.

Cuando surge el miedo, se producen las siguientes reacciones fisiológicas, que facilitan las tres respuestas motoras básicas (lucha, parálisis y huida):

  • La frecuencia cardíaca y la presión arterial aumentan para proporcionar "combustible" a nuestro cerebro.
  • La respiración se acelera para oxigenar los músculos antes de escapar.
  • Los carbohidratos y los lípidos se segregan en la sangre para proporcionar energía en caso de pelea.
  • La mayoría de los procesos esenciales se detienen, como los que lleva a cabo el sistema inmunitario o el digestivo, para dedicarse a alimentar el corazón y el cerebro.
  • Los músculos entran en tensión, preparándose para la acción.

¿Por qué el miedo a perder nos hace perder?

Esto sucede cuando nos encontramos con un problema, con una situación favorable o neutral que percibimos como una amenaza. Este es el mismo mecanismo seguido por las fobias, por lo que a menudo perdemos lo que más nos importa.

Cuando evaluamos una situación estresante o amenazante, este mensaje llega a la amígdala cerebral que desencadena la respuesta de miedo. La amígdala, a su vez, está asociada con varios procesos relacionados con la memoria, incluido el almacenamiento de recuerdos. Por eso, nuestros miedos permanecen.

La valoración de la situación (que puede ser amenazante o no) depende de nuestra personalidad y de la estimación de nuestros recursos. Esta es una de las razones por las que hay personas que aman a los perros y hay otras que les tienen terror.


“Es una locura odiar todas las rosas porque te ha picado una espina, abandonar todos los sueños porque uno de ellos no se hizo realidad”.


(El Principito)

Estas mismas reacciones ocurren en cualquier situación en la que los demás exigen mucho de nosotros o en la que sentimos que hay mucho en juego; por eso involucramos todos nuestros mecanismos de lucha y supervivencia. Y esta es precisamente nuestra cruz: al activar las reacciones de lucha, parálisis o huida, acabamos rehuyendo las cosas que más nos hacen felices, para evitar un fracaso que, en realidad, no es más que una hipótesis.

Padres o novias que huyen, discusiones con un colega antes de entregar un trabajo o un pad cuando tenemos que exponer nuestras ideas a un público exigente, aunque seamos competentes en el tema, no son solo parte de las películas.

¿Cómo gestionar el miedo al fracaso?

Seguro que has visto al menos una vez una de esas clásicas películas románticas en las que el protagonista deja ir al amor de su vida. De repente, se da cuenta de lo que se le ha escapado y corre a decirle que la ama, pero… El avión ya ha despegado. Y luego los espectadores se pican para decir "Idiota, lo tenías en tus manos, ¿por qué lo dejaste ir?". Pero, Entonces, ¿por qué no ves tu vida como si fuera esta película?

Actúa, vive. Eres el protagonista de la obra de tu vida

Sin embargo, debe reconocerse que el miedo es una emoción esencial y, como tal, debe ser regulada y no ignorada o negada. Simplemente, es bueno identificarlo y darle el significado correcto. Si te sientes incómodo antes de una importante entrevista de trabajo, no significa que no seas apto para ese puesto o que seas un cobarde. Una vez que hayas aceptado que esta es una reacción absolutamente comprensible, debes despejar tu mente para hacer la entrevista lo mejor que puedas.



1 - Combatir las ideas irracionales que generan miedo

A menudo, cuando nos encontramos en una situación en la que el miedo al fracaso se apodera de nosotros, nuestros pensamientos se convierten en inútiles marañas mentales. En otras palabras, el miedo es una "sed en el desierto", que provoca un nivel de activación fisiológica suficiente para ver fantasmas incluso cuando no están allí.

Así es como empezamos a pensar cosas como “mi jefe me está mirando mal, me va a despedir”, “seguro que se ríen de mí”, etc. En realidad es muy probable que nuestro jefe haya dormido mal o tenga dolor de estómago y que las personas que se están riendo se acaben de contar una historia curiosa.

Deja de creer que eres el ombligo del mundo porque, siento decírtelo, pero no lo eres.

2 - Crear una ruptura en su historial de quiebras

Si no te apresuras a quitarte la vida, ella no te esperará. Una buena idea es cambia la cadena de eventos que te llevaron a fallar en el pasado. Si llega tarde a una cita importante, prepárese para contrarrestar los imprevistos para poder llegar a tiempo. Esto representará una ruptura total con tus anteriores y entonces ya no podrás concebir el fracaso, porque en tus recuerdos no habrá errores similares con los que comparar.

“No basta con saber, también hay que aplicar. Querer no es suficiente, también hay que hacer”.

(Goethe)

Practica todo aquello que te haga sentir más seguro. Tener fe. Tu crees, cree en ti mismo, y si no puedes, enfócate en el obstáculo y actúa en lugar de preocuparte. Finalmente, respira. La respiración te ayuda a despejar la mente y a activar el sistema nervioso parasimpático que se encarga de la relajación de los órganos. Así desarrollarás anticuerpos contra el estrés y el miedo.

"No es cierto que la gente deja de perseguir sueños porque envejece, envejece porque deja de perseguir sueños".

(Gabriel García Márquez)

3 - Si vives el aquí y el ahora, todo mejorará

La única certeza en este mundo caótico es que sois los dueños exclusivos y absolutos de vuestro tiempo. Por eso, antes de quejarte de lo que no hiciste por miedo o de lo que te hubieran dicho, piensa que solo tú puedes decidir si ya es tarde o no.

“Empecé a sentir unas inmensas ganas de vivir cuando descubrí que el sentido de mi vida era el que yo le hubiera dado”.

(Paulo Coelho)

Las personas que te critican (o que imaginas que lo hacen) no te devolverán los años que perdiste huyendo de tus sueños. Así que vive, vive mil. Y si el mundo se acaba, pasa el fin del mundo bailando.

“El futuro tiene muchos nombres: para los débiles es inalcanzable; para los temerosos es desconocido; para los valientes es oportunidad”.

(Victor Hugo)

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