Sistema conectivo miofascial y DOMS

Sistema conectivo miofascial y DOMS

 


3) El cilindro colocado anteriormente dentro de la fascia profunda, llamado fascia visceral o esplácnica, es una columna fascial que forma el mediastino, extendiéndose desde la boca hasta el ano a través de varias porciones con estructura y embriología similares. Algunos investigadores consideran que esta fascia es una con la profunda.


4) El cilindro posterior, contenido en la fascia profunda y ubicado detrás de la fascia visceral, representa la fascia meníngea que encierra todo el sistema nervioso central.
La extracción del hueso occipital conduce a la duramadre, el punto de partida superior de la fascia meníngea que se extiende hasta aprox. la segunda vértebra sacra a través del saco dural (que contiene aracnoides, piamadre, médula espinal, médula sacra, raíces espinales espinales, nervios de la cola de caballo y líquido cefalorraquídeo). La fascia meníngea tiene una función protectora y nutritiva del sistema nervioso central.
La fascia conectiva y los músculos constituyen, anatómica y funcionalmente, la sistema miofascial, asumiendo un papel fundamental dentro del sistema de equilibrio y postura. De hecho, es el tejido miofascial el que representa el órgano sensorial más grande de nuestro organismo, es de él que el sistema nervioso central recibe principalmente nervios aferentes (sensoriales). La presencia de mecanorreceptores, capaces de causar efectos locales y generales, se encontró abundantemente en la fascia hasta los ligamentos viscerales y en la duramadre cefálica y espinal (saco dural). Lo que debe tenerse en cuenta es que en la inervación muscular del sistema cibernético humano, las fibras sensoriales surgen solo durante aprox. El 25% procede de los conocidos receptores Golgi, Ruffini, Pacini y Paciniform (fibras tipo I y II), mientras que el resto se origina en los "receptores intersticiales" (fibras tipo III y IV). Estos pequeños receptores, que en su mayoría se originan como terminaciones nerviosas libres, además de ser los más numerosos en nuestro organismo, son ubicuos (su máxima concentración está en el periostio) y por tanto están presentes tanto en los intersticios musculares como en la fascia. Aproximadamente el 90% de ellos están desieninizados (tipo IV), mientras que el resto tiene una vaina delgada de mielina (tipo III).




Los receptores "intersticiales" tienen una acción más lenta que los receptores de tipo I y II y en el pasado se los consideraba principalmente nociceptores, termo y quimiorreceptores. En realidad, muchos de ellos son multimodales y la mayoría de ellos son mecanorreceptores que se pueden dividir en dos subgrupos, en función de su umbral de activación a través de estímulos de presión: umbral bajo (LTP) y presión de umbral alto (HTP) - Mitchell & Schmidt, 1977. La activación, en ciertos estados patológicos de receptores intersticiales sensibles a estímulos tanto dolorosos como mecánicos (principalmente HTP) puede generar síndromes dolorosos en ausencia de irritaciones nerviosas clásicas (por ejemplo, compresión de la raíz) - Chaitow & DeLany, 2000.
Esta red sensorial, además de tener una función sensitiva aferente del posicionamiento y movimiento de los segmentos corporales, influye, por medio de conexiones íntimas, en funciones del sistema nervioso autónomo, como la regulación de la presión arterial, el latido cardíaco y la respiración, mediante ajustándolos, con mucha precisión, a las necesidades de los tejidos locales. La activación de los mecanorreceptores intersticiales actúa sobre el sistema nervioso autónomo provocando que varíe la presión local de las arteriolas y capilares presentes en la fascia, influyendo así en el paso del plasma desde los vasos a la matriz extracelular variando así la viscosidad local (Kruger, 1987 ). Además, la estimulación de los receptores intersticiales, así como la de los receptores de Ruffini, es capaz de incrementar el tono vagal generando cambios globales a nivel neuromuscular, cortical y endocrino y emocional en relación con una relajación profunda y beneficiosa (Schleip, 2003). .


 





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