No ser amado es mala suerte; la verdadera desgracia es no amar

No ser amado es mala suerte; la verdadera desgracia es no amar

No ser amado es mala suerte; la verdadera desgracia es no amar

Última actualización: 15 de diciembre de 2015

Amar sin ser amado puede ser una de las experiencias más difíciles de superar en la vida. Es uno de esos momentos en los que se experimenta abandono, tristeza y una sensación de vacío que puede llegar a ser insoportable. No es posible fingir amar sin tener que pagar todas las consecuencias que se derivan.


Sin embargo, el amor tiene dos caras, y lo peor puede llegar de repente, quitándole sentido a la vida, como si todo lo que hemos construido y vivido hasta ahora hubiera perdido todo sentido. Nuestros sueños y ambiciones son demolidos, dejando espacio para la amargura.


 

Cuando amamos, estamos naturalmente inclinados a ir hacia el ser amado, sujetos a una atracción incontenible, imposible de detener sin que alguien sufra.

 

El amor no correspondido se puede superar

La decepción y el dolor que hemos tenido que afrontar los amantes puede duplicarnos, dejándonos a merced de la desesperación; perdido en el profundo sentimiento de no poder volver a amar a alguien de la misma manera.

Es un sentimiento muy común: son momentos dramáticos, llenos de la tristeza que llevamos con nosotros, de desánimo e incapacidad de mirar más allá de nuestro estrecho horizonte. Sin embargo, quienes han pasado por este proceso y han experimentado toda la tristeza y soledad que produce el no ser amados, saben muy bien que con el tiempo ese horizonte se vuelve a ensanchar gradualmente.

 

Aprendes a vivir de otra manera, más fuerte que antes y con la prueba de que es posible recuperar la alegría y la felicidad a pesar de todo. Porque nuestra identidad y nuestras ganas de vivir no dependen realmente de nadie, si no de nosotros mismos.



 

Siempre vale la pena amar

Vale la pena amar siempre y en todo caso, porque amar es signo de vida. Una experiencia única e irrepetible que cambia nuestro mundo y nuestra forma de ver las cosas. Adquirimos una sensibilidad especial que nos hace apreciar y comprender el valor de cualquier acto de amor. La intensidad de la belleza se amplifica, nuestras emociones son más reconocibles y nos es más fácil identificarlas.

 

Amando compartimos nuestra intimidad, reconocimos la pureza de saber amar, descubrimos aspectos de nosotros mismos que desconocíamos y aprendimos a conocernos mejor.

Al amar hemos permitido que nuestra esencia dé lo mejor de nosotros mismos, para mostrarnos nuestra inmensa belleza y la suerte que nos ha tocado por haber podido experimentar el amor en todo su esplendor.

No siempre estamos preparados para amar.

El amor llega para aquellos que están listos, para aquellos que están experimentando ese período de la vida en el que pueden darse el lujo de dedicarse a ese sentimiento con todo su ser. Podemos considerarnos unos privilegiados si el amor se apodera de nosotros, independientemente de a quién amemos o de que seamos o no correspondidos. El amor vale la pena en cualquier caso, por todo lo que trae a nuestras vidas.


Hay que estar predispuesto a la apertura sentimental para poder amar. Debe haber una conexión interna. y una sensibilidad que nos permite abrirnos a todas las innumerables sensaciones que ofrece el mundo del amor.

 

Cuando llega el desamor y no comprendemos la causa, es bueno comprender que si nos han despojado de nuestra capacidad de amar, la culpa no es de algo o de alguien en concreto.

Solo es cuestión de entender que así como llegó, este sentimiento nos puede dejar, y que por eso es bueno vivirlo, experimentarlo, disfrutarlo mientras está ahí y está vivo; sin miedo ni desconfianza. Hay que dejarse querer para amar, es decir dejar fluir toda nuestra energía, sentir dentro de nosotros mismos que somos dignos de amor.


Porque el amor es un estado de pureza, nuestra llama más intensa, el soplo del alma; el suspiro penetrante que da sentido a nuestra vida.

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