La sangre nos hace parientes, pero la lealtad nos hace familia

La sangre nos hace parientes, pero la lealtad nos hace familia

La sangre nos hace parientes, pero la lealtad nos hace familia

Última actualización: 14 octubre, 2015

Venimos al mundo como si nos cayéramos de una chimenea. Inmediatamente nos vemos vinculados a una serie de personas con las que compartimos sangre, genes. Una familia de la que formaremos parte, que intentará inculcarnos sus valores, más o menos justos...

Todo el mundo tiene una familia. Es fácil tener uno: todos tenemos orígenes y raíces. Sin embargo, lo difícil es mantenerlo y saber construirlo, alimentar el vínculo todos los días para lograr que permanezca intacto.



Todos tenemos madres, padres, hermanos, tíos... a veces grandes parentescos con miembros con los que probablemente hemos dejado de tener relaciones. ¿Tenemos que sentirnos culpables por ello?

Lo cierto es que a veces sentimos casi una obligación moral de llevarnos bien con ese primo o tío con el que tan poco interés compartimos y que tantos males nos ha hecho en la vida. Puede haber un vínculo de sangre, pero la vida no nos obliga a llevarnos bien con todo el mundo, por lo que en ocasiones alejarse o mantener un vínculo de “circunstancia” no tiene por qué causar ningún trauma.

¿Qué sucede cuando hablamos de la familia en sentido estricto? ¿De padres y hermanos?

Los lazos son más fuertes que la sangre

A veces tendemos a pensar que ser familia implica compartir más que sangre o árbol genealógico. Hay personas que creen casi inconscientemente que un hijo debe tener los mismos valores que su padre, compartir las mismas ideas y comportarse de manera similar.

Hay madres y padres que se sorprenden de lo diferentes que son sus hijos o hermanos. ¿Cómo puede ser esto posible si todos fueron creados por la misma persona? Es como si dentro de la unidad familiar debiera existir una armonía explícita, sin excesivas diferencias entre los miembros que la integran, donde todo pueda estar controlado y en orden.

Debemos tener claro que nuestra personalidad no se transmite 100% genéticamente, algunas características se pueden heredar y, ciertamente, compartir un entorno también lleva a compartir una serie de dimensiones. Sin embargo, los hijos no son copias de sus padres, ni conseguirán jamás que sus hijos cumplan con sus expectativas.



La personalidad es dinámica, se construye día tras día y no se detiene ante las barreras que a veces los padres tratan de levantar. De ahí surgen a veces desengaños, desacuerdos, enfrentamientos... 

Para crear un vínculo fuerte y seguro a nivel familiar, es necesario respetar las diferencias, promover la independencia de cada persona y su individualidad, sin levantar muros, sin culpabilizar cada palabra o cada comportamiento...

Puntos clave de las familias que viven en armonía

En ocasiones muchos padres ven a sus hijos salir de casa sin querer volver a establecer contacto. Hay hermanos que dejan de hablarse y familias que cuentan las sillas vacías que quedan en la casa.

¿A qué se debe todo esto? Está claro que cada familia es un mundo aparte, con sus pautas, sus creencias y, en ocasiones, con las ventanas cerradas, donde solo las personas que la integran saben qué pasó en el pasado y cómo vivir el presente.

Sin embargo, podemos hablar de un eje básico general que nos puede hacer reflexionar.

, La educación pretende dar al mundo personas seguras de sí mismas, capaces e independientes, que puedan alcanzar la felicidad y que sepan ofrecerla a los demás. ¿Cómo se logra esto? Ofreciendo un amor sincero, que no se impone y no se controla. Un afecto que no castiga por cómo es, piensa o actúa una persona.


- No siempre tenemos que culpar a otros por lo que sucede. No se puede culpar a una madre o a un padre por sentirse incapaz de hacer ciertas cosas, ni ese hermano que, quizás, siempre ha sido tratado mejor que nosotros.


Está claro que siempre se cometen errores cuando se trata de educar a alguien. Sin embargo, también nosotros debemos tomar las riendas de nuestra vida y saber reaccionar, opinar, saber decir que no y pensar que somos capaces de emprender nuevos proyectos, nuevos sueños con confianza y madurez, sin ser esclavos de los recuerdos familiares. del pasado.

, A veces sentimos la obligación moral de tener que estar en contacto con esos familiares que nos han hecho daño, que nos hacen sentir incómodos, que nos juzgan continuamente.


Son nuestra familia, es cierto, pero hay que tener en cuenta que lo realmente importante en esta vida es la felicidad y la consecución de un equilibrio interior. Paz interior. Si ese o esos familiares violan tus derechos, ¡distanciate de mí!

Imagen cortesía de: Karen Jones Lee

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