La humildad no se predica, se practica

La humildad no se predica, se practica

La humildad no se predica, se practica

Última actualización: 11 de diciembre de 2015

No me gusta la gente que predica la importancia de reconocer sus limitaciones, pero que, mientras tanto, se siente mejor que los demás. Ni siquiera me gustan los que inflan sus virtudes, como si no hubiera nada más en el mundo.

Estas son las dos caras de la misma moneda, la moneda de la falsa humildad. Esa que solo es aparente y que esconde aires de superioridad. Aquel que nos provoca un sentimiento inmediato de rechazo, aunque todavía no seamos plenamente conscientes de su falsedad.



"Si crees que eres demasiado grande para las cosas pequeñas, tal vez seas demasiado pequeño para las cosas grandes".

La humildad no es...

Ser humilde no significa sentirse inferior a los demás, ni someterse ni rendirse. Las personas humildes no son vulnerables a los insultos ni al desprecio; simplemente conocen sus límites, los aceptan y viven con ellos. Al mismo tiempo, dan a conocer sus cualidades a través de sus acciones, no de sus palabras.

Una persona arrogante, en cambio, no puede dormir por la noche debido a sentimientos oscuros que minan su descanso. Vive constantemente enfadada y resentida.

Ser humilde no significa dejarse golpear, sino admitir los errores, ser lo suficientemente inteligente para aprender de ellos y ser lo suficientemente maduro para corregirlos. La soberbia nos hace tropezar, nos cierra el camino hacia la evolución.

“La humildad no puede exigir mi sumisión a la arrogancia y rudeza de los que me faltan el respeto. Cuando no puedo reaccionar como debería ante una afrenta, la humildad me pide que me levante con dignidad”.


(Paulo Freire)

La falta de humildad es típica de las personas que piensan solo en sí mismas y se consideran superiores a los demás. Esta actitud no les permite apreciar las cualidades de los demás y, muchas veces, los consume la envidia.


En serio, la falta de humildad genera un rechazo social consciente o inconsciente, lo que hace que el orgullo vaya acompañado de soledad. El egoísmo, por sutil que sea, nos repugna.

El hecho de que alguien presuma de forma exagerada es desesperante y es un problema para la autoestima de los demás. Por eso, el reconocimiento de uno mismo y de los demás es mucho más alentador.

La humildad es un don que debemos trabajar día tras día. Es fácil caer en la falsa creencia de que somos mejores o más capaces que los demás en algo, así como es fácil creer que nuestros valores son mejores o más justos.

La falsa humildad es un pequeño defecto que nos impide reconocer que hemos tropezado con este error. No nos damos cuenta de que nos consideramos superiores a los demás y no vemos el alcance que tiene esta actitud.


La humildad frustra la envidia y eleva la bondad

Debemos creer y admirar las cosas simples.. De uno mismo, hay que destacar la bondad, la dignidad y las cualidades. Ser humildes nos hace justos y grandes, nos ayuda a comprender nuestros límites y nos hace conscientes de lo que nos queda por aprender.

La práctica de la humildad debe ser un ejercicio diario, ya que nos ayuda a saber escuchar, a compartir silencios ya ser sinceros y cercanos a quienes nos rodean. De esta manera, nos transformaremos en personas de calidad y podremos tocar el corazón de los demás gracias a nuestras sonrisas y nuestros gestos.


Como hemos dicho, la humildad es la base de la grandeza; para crecer, primero debemos entender que somos pequeños. Ser humilde significa ser honesto y desterrar la superficialidad de nuestra vida, lo que nos garantizará el bienestar emocional.

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