La amígdala: la centinela de nuestras emociones

La amígdala: la centinela de nuestras emociones

La amígdala: la centinela de nuestras emociones

Última actualización: 25 de abril de 2015

La amígdala forma parte del llamado cerebro humano, la parte profunda donde prevalecen las emociones básicas, como la ira, el miedo y el instinto de supervivencia, sin duda imprescindibles para la supervivencia de todas las especies. La amígdala, esa estructura con forma de almendra, es propia de todos los vertebrados y se ubica en la región rostromedial del lóbulo temporal, forma parte del sistema límbico y procesa todo lo que tiene que ver con nuestras reacciones emocionales.



En neurobiología es casi imposible asociar una emoción o una función con una sola estructura, pero cuando hablamos de la amígdala, podemos decir sin equivocarnos que es una de las partes más importantes para el mundo de las emociones. Ella es quien se asegura de que entre todas las especies más cercanas a nosotros en evolución seamos las más cambiantes; es responsable de que podamos escapar de una situación de riesgo o peligro, pero también nos obliga a recordar nuestros traumas infantiles y todos los momentos de sufrimiento vividos.

La amígdala y el aprendizaje emocional

Tomemos un ejemplo simple. Acabamos de terminar de trabajar, vamos a nuestro coche aparcado en una calle cercana, es de noche y apenas hay un poco de iluminación artificial. Este crepúsculo nos da una advertencia: la oscuridad es un escenario que con la evolución hemos asociado al riesgo y al peligro; para ello empezamos a acelerar el paso para llegar al coche. Pero algo sucede: un individuo se nos acerca y nuestra reacción lógica es echar a correr para escapar.

A través de este sencillo esbozo podemos deducir muchas funciones contenidas en la amígdala: es la que nos pone en estado de alerta al decirnos que tanto la oscuridad como el individuo que se acerca representan un peligro.. Además, tras esta situación habremos aprendido algo nuevo porque concluiremos, gracias al miedo sufrido, que al día siguiente ya no estaremos en esa zona.



Los recuerdos y experiencias altamente cargados de energía emocional hacen que nuestras conexiones sinápticas se asocien a una estructura, provocando que tengamos efectos como taquicardia, aumento de la frecuencia respiratoria, liberación de hormonas del estrés,… Las personas que tienen la amígdala dañada no pueden identificar situaciones de riesgo o peligro.

La amígdala nos ayuda a encontrar una estrategia adecuada después de identificar un estímulo negativo. Pero, ¿cómo entendemos que este estímulo nos puede hacer daño? Gracias al aprendizaje, al condicionamiento ya esos conceptos básicos que reconocemos como nocivos para nuestra especie.

Daniel Coleman, por ejemplo, introdujo el concepto de "secuestro de la amígdala" o "secuestro emocional", refiriéndose a aquellas situaciones en las que nos dejamos llevar por el miedo o la angustia de forma no adaptativa, o no lógica, y en las que la desesperación nos impide encontrar la respuesta correcta.

La amígdala y la memoria

La amígdala guarda nuestros recuerdos y nuestra memoria. En muchas ocasiones los hechos están conectados con una emoción intensa: una escena de la infancia, la pérdida de una persona, un momento en el que estábamos inquietos o asustados.,… Cuanto más picantes son nuestros sentimientos, más conexiones neuronales se producen alrededor del sistema límbico y la amígdala. Además, muchos académicos están tratando de determinar qué tipo de detalles bioquímicos afectan esta estructura nuestra; es un estudio útil para poder aplicarlo a posibles tratamientos terapéuticos y farmacológicos con los que minimizar los traumas infantiles.


Pero no debemos limitarnos a asociar el miedo a una pulsión negativa que puede causar traumas y problemas psicológicos, al contrario, es un interruptor que nos advierte y protege, es un centinela que nos ha permitido evolucionar, generación tras generación, teniendo siempre como base nuestra defensa y la de nuestros seres queridos. La amígdala es una fascinante estructura primitiva de nuestro cerebro que nos cuida y que nos da una visión equilibrada de los riesgos; el miedo, al igual que el placer, es una herencia emocional esencial.


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