Hipocresía: ¿Por qué la odiamos?

    Hipocresía: ¿Por qué la odiamos?

    Muchas figuras públicas aparecen en los medios de comunicación para sugerir un estilo de vida más natural o para prestar su apoyo a una campaña publicitaria "moralizadora", mientras que más tarde se descubre que hacen exactamente lo contrario de lo que predican. En política, esta brecha entre decir y hacer es explotada por la oposición basándose en el hecho de que elipocrisia es uno de los defectos más detestados. Además, cuando vemos que alguien está actuando hipócritamente, ya no podemos pensar y actuar racionalmente; nos dejamos llevar por los sentimientos.



    La parte interesante es que los comportamientos moralistas no son tan relevantes como pensamos. ¿Porque? Por el simple hecho de que a cualquier persona que se encuentre envuelta en situaciones particulares le resultará muy difícil seguir estrictamente sus ideas, pero esto no quiere decir que no tengan ningún valor o que ya no se crea en ellas, sino que simplemente, en un el contexto específico tuvo que variar su comportamiento. Aun así, comprender la disonancia entre lo que se dice y lo que se hace nos resulta especialmente difícil. ¿Porque? ¿Por qué la hipocresía es un mecanismo tan poderoso? La respuesta radica en el hecho de que la hipocresía es una disonancia entre las ideas y los comportamientos rectores, y nuestro cerebro reacciona de manera particularmente negativa a las disonancias. Cada uno de nosotros quiere dar sentido al mundo que nos rodea y para ello, debemos encontrar un sentido y un lugar adecuado para todo. Es como si cada día tuviéramos que disponer las nuevas piezas de un mosaico gigante que debe encajar a la perfección en un cuadro que ya tenemos semiformado en nuestra mente. En esta imagen del mundo, de situaciones o de personas, tendemos a simplificar de tal forma que cada pieza pueda encajar con las demás y cuando una pieza no encaja nos molesta. Este sentimiento de molestia causado por el comportamiento de las personas moralistas despierta nuestras reacciones emocionales más básicas, muchas veces de manera inconsciente, por lo que inmediatamente categorizamos a la persona moralista como alguien que no es de confianza. Por ejemplo, un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad Northwestern y McGill University, pidió a los participantes que leyeran un total de 24 historias diferentes en las que sus personajes se comportaban de manera perezosa o descuidada. Más tarde, en un momento de la historia, contradijeron su forma habitual de comportarse. Los resultados mostraron que alguien que se comporta de manera hipócrita inhibe inmediatamente la posibilidad de comprender los cambios en el comportamiento. En otras palabras, cuando sabemos que alguien ha actuado de manera hipócrita, automáticamente descartamos su opinión y no deseamos entender las razones de su discurso, por lo que el comportamiento moralista es más que suficiente para socavar la autoridad de una persona, no solo para lo que ella era inconsistente con sus ideas pero también en todas las demás áreas de su actuación. Cuando percibimos que alguien está actuando de manera hipócrita, generalmente no profundizamos en sus razones, sino que lo etiquetamos como una persona poco confiable. En resumen, quizás la próxima vez que tengamos que lidiar con un comportamiento moralista o simplemente incongruente, será mejor que hagamos una pausa para analizar los demás valores de la persona con mayor profundidad.
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