El estrés que se mantiene durante mucho tiempo puede provocar un infarto.

El estrés que se mantiene durante mucho tiempo puede provocar un infarto.

El estrés es una epidemia moderna. El ritmo de la vida actual, las necesidades sociales y las que nos imponemos, generan un grado de tensión y ansiedad que, a la larga, es insostenible y acaba por presentarnos una gran factura a pagar, incluso físicamente. De hecho, estar siempre en el carril rápido de la vida no es una buena idea, especialmente para el corazón.

Un estudio longitudinal a gran escala realizado por un equipo de cardiólogos de la Universidad de Harvard y el Hospital General de Massachusetts encontró que el estrés aumenta el riesgo de sufrir un ataque cardíaco. Obviamente, esta no es la primera investigación que obtiene estos resultados, toda la evidencia sugiere que el estrés puede tener consecuencias fatales. Pero esta vez, los investigadores profundizaron en el mecanismo subyacente para comprender cómo el estrés puede desencadenar un ataque cardíaco.



La culpa radica en una amígdala hiperactiva

La amígdala es una estructura cerebral vinculada al funcionamiento emocional. De hecho, se puede decir que es el centro de mando del miedo en el cerebro. Esta estructura en forma de almendra ubicada en el lóbulo temporal se activa con el miedo, la ansiedad, el estrés y todos aquellos estímulos que pueden parecer potencialmente peligrosos.

Cuando la amígdala funciona correctamente nos protege del estrés porque no se activa de forma continua, sino solo en los casos en los que realmente estamos en peligro, para mantenernos a salvo. Pero una amígdala hiperactiva se convierte en enemiga porque desencadena una serie de reacciones fisiológicas ante situaciones que no son realmente peligrosas.

La amígdala puede volverse hiperactiva en cualquier momento de la vida, principalmente debido al estrés sostenido durante un período prolongado. De hecho, se ha visto que los niños que se ven sometidos a situaciones estresantes, como la separación de los padres o cuando se les deja llorar durante largos periodos de tiempo sin satisfacer sus necesidades, desarrollan una amígdala hiperactiva que lo sigue siendo incluso en la edad adulta. .



Una combinación fatal: una amígdala hiperactiva y una actividad excesiva de la médula ósea

Este nuevo estudio reveló cómo una amígdala hiperactiva puede causar un ataque cardíaco o un derrame cerebral. En la práctica, el estrés no solo activa la amígdala, sino que también estimula el funcionamiento de la médula ósea y provoca inflamación arterial, condiciones ideales para un infarto.

Participaron en el estudio 293 personas mayores de 30 años y sin problemas cardíacos previos. Todas estas personas han sido sometidas a una serie de pruebas para evaluar el nivel de inflamación de las arterias, la actividad cerebral y la actividad de la médula ósea.

Los investigadores los siguieron durante cuatro años, un período durante el cual 22 de estas personas sufrieron ataques cardíacos particularmente graves. De esta forma se encontró que aquellos que mostraban una amígdala hiperactiva al inicio del experimento tenían más probabilidades de sufrir un infarto o problemas cardíacos graves.

El mecanismo básico es el siguiente: la amígdala es incapaz de distinguir entre los estímulos que son verdaderamente peligrosos y los que podemos manejar con cierta normalidad, por lo que termina por categorizar una gran parte de las situaciones cotidianas como peligrosas. De esta forma, el estrés aumenta y los niveles de cortisol, una hormona que provoca inflamación, también aumentan. Cuando esta situación persiste en el tiempo, el proceso inflamatorio se estrecha y bloquea las arterias, limitando el flujo sanguíneo.

Al mismo tiempo, la actividad de la médula ósea se ha relacionado con un mayor riesgo de formación de coágulos sanguíneos, otro factor de riesgo de ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. Por tanto, es una combinación que puede resultar fatal.


¿Es posible reeducar la amígdala?

La buena noticia es que la reeducación emocional puede restaurar el funcionamiento adecuado de la amígdala. En la práctica, la persona debe aprender a distinguir conscientemente los estímulos peligrosos de los inofensivos.



El primer paso es aprender a reconocer las señales de activación que indican que la amígdala está reaccionando de forma exagerada, como un aumento de la frecuencia cardíaca, dificultad para respirar, sudoración, opresión en el pecho o salto epigástrico. Así es posible recurrir a diferentes técnicas, desde la reestructuración cognitiva para modificar los pensamientos catastróficos que nos vienen a la mente hasta la respiración diafragmática o técnicas de relajación.

Con el tiempo la amígdala aprenderá a distinguir aquellas situaciones que son verdaderamente peligrosas de aquellas que, si bien pueden generar cierta tensión y son desagradables, no suponen un riesgo.


 

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