Efecto impermeable: cuando la decepción nos impide ser felices

Efecto impermeable: cuando la decepción nos impide ser felices¿Alguna vez te hicieron tanto daño que juraste que nunca volverías a confiar en nadie? Después de una decepción amorosa, ¿has decidido cerrar las puertas al amor?

¿Estás de los que creen que es mejor no apegarse demasiado para no sufrir?

En este caso, probablemente seas víctima del efecto impermeable.

Expectativas rotas y decepciones mal gestionadas

Cuando interactuamos con las personas, lo hacemos en función de un conjunto de expectativas. Creemos que los demás deben comportarse de cierta manera, con una cierta "obligación implícita" hacia nosotros. Cuando estas expectativas no se cumplen, a menudo nos sentimos frustrados, tristes, decepcionados e incluso enojados. Ésta es una reacción normal. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo reajustamos nuestras expectativas y nos adaptamos.



Sin embargo, hay ocasiones en las que la decepción es tan grande que no podemos continuar, nos atascamos en esa fase y alimentamos la ira y el resentimiento hacia la otra persona. En algún momento decidimos dejar de sufrir y ponernos un impermeable. Es decir, nos protegemos del mundo exterior. Por lo tanto, no pueden volver a hacernos daño.

El ejemplo clásico del "efecto impermeable" es la persona que no regresa para entablar una relación después de una decepción particularmente dolorosa. O la persona que no quiere tener una mascota porque "si le pasa algo va a sufrir mucho".

Llevar un impermeable significa protegerse de la lluvia y el viento, implica evitar que estos elementos nos dañen pero también significa evitar que nuestras emociones se manifiesten. Por eso, si miramos debajo del impermeable, lo que muchas veces encontramos es un miedo profundo templado por la inseguridad y el enfado, sentimientos que siguen creciendo porque no permitimos que las emociones positivas ocupen su lugar.


3 riesgos de una protección excesiva

1. Nos impide crecer como personas. Los seres humanos somos permeables, quizás sea una de nuestras mejores cualidades. Nos enojamos por la injusticia y nos regocijamos con las buenas noticias. Cuando comparamos ideas cambiamos las nuestras y cuando interactuamos con otros asumimos algunos de sus hábitos. Al permitir que otros entren en nuestro espacio más íntimo, crecemos como personas y ampliamos nuestros horizontes. En cambio, al cerrarnos sobre nosotros mismos nos estamos negando la posibilidad de crecer.


2. Nos aleja de los demás. Cuando nos cerramos evitamos que las personas entren en nuestro espacio más íntimo, ponemos límites a la relación enviando la señal de que no estamos dispuestos a entregarnos por completo. Por eso, tarde o temprano, la persona nos dejará para buscar una relación más abierta y satisfactoria. Esto confirma nuestra hipótesis de que "todos nos abandonan" o que "todos son malos". Aunque en realidad, los principales culpables del abandono fuimos nosotros.

3. Conduce a la inercia emocional. Protegernos en exceso también conlleva otro riesgo: condenarnos a la inercia emocional. Cuando nos impedimos amar, desear o apasionarnos, nuestra vida emocional adquiere un aspecto plano en el que no hay sufrimiento, tristeza y desilusión, pero tampoco sueños y felicidad. Estas personas a menudo viven resignadas. ¿Pero realmente vale la pena vivir sin vivir?

Cuando necesitas protegerte

Vale la pena recordar que hay momentos en los que el dolor, el sufrimiento y la decepción son tan grandes que necesitamos protegernos, al menos hasta que las heridas cicatricen. En estos casos, podemos llevar gabardina, porque iniciar una nueva relación cargando con nosotros el peso de la amargura y el resentimiento acumulados no es la mejor fórmula para el éxito.


Sin embargo, debemos ser conscientes de que este impermeable no tiene por qué convertirse en nuestra segunda piel. De vez en cuando levanta la mirada al cielo y si empiezas a distinguir los primeros rayos del sol, ábrete a nuevas experiencias, conoce gente nueva y vuelve a confiar en los demás. Siempre vale la pena.


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