Depredadores emocionales: cómo defenderse

Depredadores emocionales: cómo defenderse

Depredadores emocionales: cómo defenderse

Escrito y verificado por el psicólogo. ObtenerCrecimientoPersonal.

Última actualización: 15 2021 noviembre

Los depredadores emocionales son pulpos negros que lo capturan todo. Nos empobrecen con sus exigencias, nos consumen con su comportamiento, sus ofensas, su manipulación y su insulto personal. Pueden ser padres, compañeros, amigos e incluso hijos a quienes otorgamos el poder de abuso y sobre quienes no ejercemos nuestra autoridad y dignidad.



Mark Twain dijo con un toque de ironía que el concepto de “dar y recibir” también requiere tener la habilidad suficiente para dar una cosa y recibir diez. Pues bien, expertos como Adam Grant, profesor de la Universidad de Pensilvania y autor del libro Dar y recibir, nos dicen que las personas que toman no existirían sin las que dan.. En otras palabras, nosotros mismos a menudo caemos en la espiral del intercambio uno a uno, permitiendo que la balanza se incline siempre de un solo lado.

Los depredadores emocionales tienen una firma distintiva: les encanta recibir más de lo que dan. Vuelven la reciprocidad a su favor, anteponiendo sus propios intereses a las necesidades de los demás. 

No se buscan los culpables, pero es necesario ser conscientes de que en cada interacción hay un intercambio. Es normal que los seres humanos ofrezcan su tiempo, ideas, ayuda, consejos, para apoyar a los demás y apoyarlos. Algunas personas, sin embargo, tienen la habilidad innata de dar luz, nutrir y apoyar a otras personas. Lo hacen sin darse cuenta, porque así conciben la vida.

Desgraciadamente, junto a una persona generosa siempre habrá una acostumbrada a tomar. Alguien que adquiere poder a fuerza de ser servido, alguien que (no lo olvidemos) actúa como una especie de radar para identificar a los más generosos y alimentarse de ellos sin freno.



Depredadores emocionales: ¿naces o te haces?

No existen estudios que expliquen si el hábito de aprovechar las emociones de otras personas se adquiere con el tiempo o es innato. Sin embargo, el pediatra e investigador William Sears, conocido por sus estudios sobre el apego de los padres, introdujo el término "niños con grandes necesidades" en la década de 90. Según la experta, algunos niños vienen al mundo con una necesidad emocional más intensa. Son pequeños con trastornos del sueño y cuyo crecimiento es mucho más complejo y exigente.

Esto puede explicar por qué algunas personas están más acostumbradas a recibir que a dar, es más probable que les sirvan que que presten atención. Sin embargo, muchos expertos rechazan esta idea, ofreciendo otros puntos de vista igualmente interesantes y esclarecedores. En 1979, por ejemplo, los profesores Robert Raskin y Calvin S. Hall desarrollaron una escala para medir el nivel de narcisismo de un individuo, argumentando que los depredadores emocionales son personalidades narcisistas. Su estudio destacó este modelo tóxico y agotador.

Los depredadores emocionales son otra cara del narcisismo: tienen un sentimiento de superioridad en ellos que los hace sentir dignos de ser el centro de atención, de tomar el control de cada conversación, de tener la exclusividad sobre cualquier iniciativa, autoridad en cualquier proyecto, atención en todas las circunstancias y el perdón en la culpa. Son como pulpos negros que se apoderan de todo y privan a los demás de toda energía, derechos y autoestima.

La mayoría de nosotros tendemos a darlo todo en las relaciones de amistad y de pareja, asumiendo muchas veces que los demás harán lo mismo; por eso, nos cuesta reconocer a los depredadores emocionales, que, por otro lado, tienen un radar para identificar a personas como nosotros.


¿Cómo defenderse de los depredadores emocionales?

Los depredadores emocionales son muy buenos para reconocer a sus "víctimas". Por el contrario, quien está acostumbrado a dar todo a cambio de nada, a ver una relación como una relación sincera de intercambio mutuo basada en el afecto y la atención, no es capaz de reconocer el "peligro".


Descubramos qué hacer para protegernos de estos perfiles tóxicos.

Escuche las señales del cuerpo

Los depredadores emocionales generan malestar. Al principio puede que no nos demos cuenta de su actitud tortuosa, sus trucos y sus intenciones. Sin embargo, no podemos ignorar la contradicción que se genera en nuestro interior, la sensación de cansancio físico, el agotamiento que muchas veces sentimos cuando estamos cerca de estas personas.

No idealices a una persona.

Cuando una persona actúa con el objetivo de molestarnos, hacernos sentir mal o generarnos una contradicción, es fácil justificarlo.. Nos decimos que será culpa del estrés, que lo habrá hecho sin querer, que entenderá que se equivocó y se disculpará. Tendemos a idealizar a esa persona porque, quizás, es nuestra pareja, un amigo o un hermano. La idealizamos porque la amamos sin darnos cuenta de que estamos alimentando su mal comportamiento.


Debemos aprender a desactivar los filtros que colocamos ante la realidad y comenzar a ver a los demás por lo que son.

Ser asertivo

Podríamos sugerir que la mejor estrategia para defendernos de los depredadores emocionales es mantener la distancia. Sin embargo, esta no siempre es una opción viable ni la más inteligente. Es justo que estas personas se den cuenta de las consecuencias de sus actos, y para ello lo ideal es mostrarles nuestras limitaciones, demostrando cuáles son (o pueden ser) las consecuencias de su comportamiento.


  • Tarde o temprano dejaremos de dar prioridad a aquellos que siempre se anteponen a cualquier circunstancia.
  • Aquellos que piensan que merecen más que los demás, tarde o temprano recibirán indiferencia.

Debemos practicar la tolerancia cero con aquellos que están acostumbrados a pisar nuestros límites.. Siempre haciendo uso de la asertividad, debemos aprender a mostrar lo que no toleramos, lo que necesitamos, lo que estamos dispuestos a dar y lo que esperamos recibir a cambio.

Es importante reconocer a tiempo quién llega a nuestra vida con la intención de consumirnos, de quitarnos la felicidad. Como dice el refrán, más vale prevenir que curar.

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