Acompaña el dolor, pero no te ahogues en él

Acompaña el dolor, pero no te ahogues en él

Acompañar es un signo de generosidad, pero ahogarse en el dolor de los demás es una falta de perspectiva. Ayudar a otros a resolver sus problemas es un signo de compasión, pero poner sus problemas sobre nuestros hombros es inútil. Vivir las emociones de los demás es un signo de empatía, dejar que nos abrumen es inútil y dañino.

Existe una línea muy fina entre la ayuda útil y la participación excesiva que termina siendo perjudicial para todos. Conocer ese límite -y no superarlo- nos permitirá ayudar más y mejor, porque seremos capaces de preservar nuestro equilibrio mental y emocional dando a la otra persona la oportunidad de crecer y aprender de la experiencia.



Cuando ayudar no ayuda

“Dale un pescado a un hombre y lo alimentarás por un día, le enseñarás a pescar y lo alimentarás por el resto de su vida”, dice un proverbio chino. Ofrecer un pescado, en sentido metafórico, significa solucionar un problema específico, pero de esta forma no estamos ayudando a erradicar las circunstancias y / o errores que provocaron ese problema.

Si la persona no está trabajando en las actitudes, creencias o formas de pensar que contribuyeron al problema, es probable que esto reaparezca con más fuerza. De esta forma, se crea un círculo vicioso en el que quien resuelve los problemas se ve "obligado" a llevar cada vez más peso y quien los genera se libera cada vez más de sus responsabilidades.

Cuando nos convertimos en "solucionadores de problemas" y asumimos las responsabilidades de los demás, es probable que tarde o temprano seamos aplastados por su peso. Si somos incapaces de desarrollar la preocupación empática, que implica la capacidad de comprender y experimentar los estados emocionales de los demás, mostrar preocupación genuina y poder ayudarlos sin comprometer nuestro equilibrio psicológico, acabaremos sufriendo el Síndrome de Empatía.



Esto significa que nos contagiaremos de las emociones de la persona a la que pretendemos ayudar, sumergiéndonos en su frustración, enfado o tristeza. Traeremos sus preocupaciones sobre nosotros, lo que nos causará mucha angustia. En este estado nadie se beneficia. Porque nuestra falta de perspectiva para mirar más allá de las consecuencias actuales del problema, para salir de la situación y buscar soluciones asertivas, nos condena a los dos a un sufrimiento común en el que el "salvador" acaba necesitando ser salvado.

Ayudar no es "resolver" sino "acompañar"

Con demasiada frecuencia olvidamos que ayudar no significa resolver, sino acompañar y apoyar. No es un simple juego de palabras. El significado que le dé a la palabra "ayuda" determinará su actitud e influirá en los resultados que obtenga.

Sin duda, es difícil ver a un ser querido luchando por resolver un problema o incluso tomando decisiones "equivocadas". Es natural querer ayudarlo. Queremos hacerle la vida más fácil, solucionar sus problemas y evitarle sufrimiento. Suena como una idea idílica. Excepto cuando no lo es.


Porque ayudar no significa resolver. No significa asumir los problemas de los demás, ni significa relevar a otros de sus responsabilidades. O ahorrarles el camino que tienen que recorrer para crecer como personas.

Ayudar es acompañarte en el camino y ofrecerte tu apoyo cuando sea necesario. Significa apoyar a otros en sus decisiones, incluso si no las compartimos. Significa ayudarlos a ampliar su perspectiva cuando no pueden encontrar una solución. Significa escucharlos sin criticar. Significa trabajar con ellos para ayudarlos a desarrollar sus herramientas para afrontar la vida. Y, a veces, ayudar también significa hacerse a un lado.


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